---:::---   Actualizado:  10-11-2009   ---:::---

Joyas de Archivo

 

José Cabañas González     =============================================    Octubre - 2009 

 

       La actividad humana viene generando desde que existe la escritura diversidad de documentos producto de las más variadas interactuaciones y relaciones entre sus miembros. De hecho, las vidas de las gentes transcurren jalonadas por toda una serie de papeles de mayor o menor importancia, huellas de acontecimientos por los que pasaron en unos u otros momentos, algunos de ellos con el carácter de públicos u oficiales, y otros de índole privada. Los unos y los otros perviven o pueden subsistir y mantenerse a través del paso del tiempo, como agujeros por los que nos es dado asomarnos al pasado, en lugares de uno u otro tipo, en almacenes o en archivos. En éstos se han ido depositando los que, públicos o privados, se han considerado valiosos de unas u otras maneras para los actuales integrantes de una sociedad o para los futuros, y si bien todo archivo tiene algo de almacén, no todo depósito de papeles es un archivo.

       Actividades cada vez más complejas e interrelacionadas han ido dando lugar a un cada vez mayor cuerpo de documentos oficiales en los diferentes ámbitos o instancias de los poderes públicos, también en el más cercano, en el municipal y en las variadas entidades locales que se entretejen en la vida de nuestros Municipios. Así ha ido ocurriendo, lo mismo que en los demás, en nuestros pueblos, y en todos ellos o en sus Consistorios se ha ido acumulando documentación histórica, “papeles”, pero no todos tales papeles son o constituyen un Archivo; no en todos está tal documentación clasificada, catalogada, ordenada, seriada y detallada, descrita en su contenido, requisitos estos los precisos para que de la mera acumulación de documentos sin orden ni concierto se pase a la categoría de Archivo útil y manejable, susceptible de rendir sus informaciones y servicios a quienes los precisen. Y pueden éstos ser variados y requeridos por las más diversas circunstancias o necesidades y es en ellas, satisfaciéndolas, cuando alcanza aquél su cometido de ser uno más de los servicios o prestaciones públicas al ciudadano.  

       Me temo que abundan en nuestra tierra más de lo que sería deseable los Ayuntamientos (y otras entidades, como las Parroquias) que disponen de un almacén de papeles históricos, más o menos numerosos, antiguos, valiosos…, y más o menos ordenados en algunos casos, pero que no llegan a la categoría de auténticos Archivos y no son susceptibles de prestar adecuadamente tal servicio cuando alguien lo demanda, y creo que los poderes públicos debieran de buscar fórmulas para aplicarles las técnicas de la archivística y ponerlos así en valor y en posibilidades de explotación y mejor uso.  

       Frente al deficiente panorama descrito y del que algún caso conocemos, destaca muy positivamente el Archivo Municipal de La Bañeza, y lo hace en múltiples aspectos: por la riqueza de sus fondos y por su precisa descripción, por la cuidada catalogación de sus materiales, por el esmero con que es conservado y manejado, parejo al desplegado por sus responsables en el excelente trato a los usuarios y a quienes en petición de información a él se dirigen, todo facilidades y atenciones en las búsquedas de las informaciones y los datos allí depositados, méritos extensibles todos ellos a quienes dirigen y gestionan la aneja Biblioteca Municipal que en el mismo edificio se ubica.

       Hay en los papeles antiguos retazos de otras vidas. Ellos nos acercan a otras personas que transitaron y habitaron a veces los mismos lugares antes que nosotros; nos hablan de ellas, y a veces también nos interrogan como lo hacen desde sus ojos que nos miran los sujetos de las viejas y descoloridas fotografías; nos cuentan a su través las desventuras de sus existencias o las ilusiones que las animaron. De entre los numerosos y múltiples “papeles” de este Archivo, el denominado “Conrado Blanco” en atención y agradecimiento al prócer bañezano, traemos hoy el sueño irrealizado de dotar a La Bañeza de unos adecuados lavaderos públicos cuando la ingrata labor de lavar a mano era una más de las muchas exclusivas de las sufridas mujeres de una época ya pasada. De otro Archivo, más lejano éste, el Intermedio de la Región Militar Noroeste, en Ferrol, en el que acabó  la documentación generada por la represión militar del franquismo contra las gentes de una amplia zona geográfica, incluida nuestra tierra, acercamos el triste caso de otra mujer, Josefa Fernández Fernández, presa en el Campo de Concentración de San Marcos, en León, y del regalo que en forma de tarjeta desde allí envía a su marido, José María Fernández González, encarcelado a su vez en la bañezana Prisión del Partido.   

       Pero habremos de ir por partes, ocupándonos primero de la historia de aquellos lavaderos que no llegaron a materializarse, y que empezó ya en 1931 cuando quienes eran el 16 de noviembre concejales por la minoría socialista Ángel González, Isaac Nistal[1] y Porfirio González presentan al Ayuntamiento la propuesta de que se construyan tres lavaderos enclavados en la parte baja de la cuesta de Santa Marina, en la plazuela de la calle de la Fuente, y en la de la Fuente de los Frailes ( además de que se arregle el que ya existe en el sitio del Albergue), “cerrados con vidrios que eviten las corrientes del viento, y para que las mujeres puedan lavar de pie y con todas las condiciones higiénicas”.

<<<< "Proyecto de abrevadero y lavaderos en la Plaza de la Casa del Pueblo derivando del canal existente".- 26 de febrero de 1934.    

En febrero de 1934, considerando la cuestión como “una necesidad de servicio público”, desde la Alcaldía se encarga a la Comisión de Obras y a la de Policía Rural el estudio de los lugares donde deban instalarse, y al arquitecto municipal, Miguel Baz García, “un proyecto para que, derivando agua de la alcantarilla que pasa por la plaza en que se encuentra la Casa del Pueblo[2], se construya un abrevadero-lavadero y el agua vuelva a dicha alcantarilla”. Se encomienda también a Isaac Nistal Blanco, de la primera de las Comisiones, “se interese por la queja de 14 o 15 mujeres a causa de que el agua de las Fontanas, donde lavan, no es apta para ello por las residuales de la Azucarera que allí se le añaden”. Aparece en el documento que da cuenta de la queja la anotación “lavaderos invierno: Arrote. Fontanas. Uno hacía el Crucero”, que bien pudiera referirse a los que en aquel tiempo se venían utilizando. El 27 de dicho mes el arquitecto entrega el proyecto solicitado, y señala al Alcalde “su mal emplazamiento, haciéndole constar la solución obligada que ha debido adoptar, dada la disposición del canal existente”.

       En agosto de 1934 una comisión de vecinos del barrio del Polvorín solicitan a la Corporación terreno sobrante de la vía pública “para construir un depósito con sus lavaderos y abrevaderos, tan beneficioso para el barrio y en especial para las mujeres pensando en los meses de crudo invierno”. Firman la petición Melchor Quiñones, Modesto Martínez, Toribio Prieto, Julio Fernández[3], y Joaquín Casado, y aluden en ella al proyecto de subida a la barriada “de las aguas del pozo por nosotros hecho”, el construido el año anterior en terrenos municipales y del que se surtirían aquéllos, cuyo emplazamiento más idóneo queda también a cargo del señor Nistal, de la Comisión de Obras, y del propio arquitecto, y a ellos, a Porfirio González y a José Santos[4] como vocales de la Comisión, y a los que integran la de vecinos, los cita el Alcalde Juan Espeso González[5] el día 13 para fijarlo.

       En marzo de 1936 el Alcalde, Joaquín Lombó Pollán[6], en cumplimiento del acuerdo adoptado, encarga de nuevo al arquitecto municipal, con premura, la redacción del pliego de condiciones facultativas para la contratación en pública subasta de la construcción de un lavadero público conforme al plano por él realizado el día 12 del mismo mes y que ha merecido la aprobación de la Corporación (también le solicita entonces que redacte el de ampliación del Matadero municipal, “de igual extrema necesidad”). Así lo hace el técnico, desprendiéndose del presupuesto elaborado un coste de la obra de 13.000 pesetas, y fijándose entre sus requisitos el “compromiso del constructor de no emplear en ella más obreros que los que se hallen inscritos en la Bolsa de Trabajo del Ayuntamiento, respetando las Bases de Trabajo vigentes para tal tipo de obras”. Con tales acomodos se envía para ser publicitado al Boletín Oficial de la Provincia.

       La subasta anunciada tiene lugar en la Casa Consistorial el día 11 de abril, como días antes ha hecho saber Ángel González González, Teniente de Alcalde Primero[7] y entonces Alcalde en funciones. Habiendo quedado aquélla desierta, se celebra una segunda el día 20, como tres días antes anuncia el Alcalde titular Joaquín Lombó, reincorporado ya a su cargo. El día 23 del mismo mes se realiza una tercera subasta, con idéntico desenlace, y cuando el Alcalde publica mediante el correspondiente Bando la designación de esta fecha para ello, aprovecha el mismo para hacer saber al vecindario que, “dispuesta la Alcaldía a que los niños de ambos sexos en edad escolar asistan indefectiblemente a las escuelas o colegios, se advierte a sus padres que serán sancionados, en los límites máximos que permitan las leyes, aquellos que sus hijos vaguen o transiten por la vía pública en las horas de clase”. Afortunadamente, estaban ya lejanos los tiempos en que en la Clasificación de las Escuelas existía la categoría de las que se denominaban “Elementales Incompletas”[8] porque no impartían clases durante todo el curso escolar, sino solamente desde noviembre a febrero, periodo en el que los alumnos destinatarios de las mismas no se encontraban impelidos a ayudar a sus mayores en las faenas del campo y la ganadería por las extremas necesidades en las que unos y otros se mantenían y criaban, aunque aquella situación, a lo que parece, aún se continuaba produciendo, como desvela el hecho de que parecida preocupación mostrara por las mismas fechas en el cercano Ayuntamiento de Santa Elena de Jamuz uno de sus Concejales, Domitilo González Lobato[9] (mi abuelo materno), que lo era por la formación azañista Izquierda Republicana, tratando de arbitrar soluciones al abandono escolar que se producía al llegar abril o mayo con la necesidad de que los educandos abandonaran la escuela para ponerse a ayudar en las faenas familiares.

       En cuanto al lavadero, en vista del éxito hasta entonces obtenido en las subastas, el Alcalde encarga de nuevo al arquitecto, el día 30 de abril y según acuerdo corporativo del día anterior, “la confección a la mayor brevedad de un nuevo proyecto de lavadero de pilas individuales”. El transcurso de los siguientes meses, los más próximos y los menos, más aciagos, hizo evidente que aquella obra pública tan reclamada durante tanto tiempo, por unas u otras nuevas razones, y en una u otra modalidad o variante, nunca llegó a materializarse. Las sobrias y elegantes líneas de su diseño (tan conseguido como baldío), la pretensión que atisbamos en el mismo de convergencia de lo útil y lo bello, su marcado aire de capilla laica, de pequeño templo circular y lacustre dedicado a tales purificadoras tareas y al bienestar de aquéllas que tan sacrificadamente las realizaban, nos cautivaron, y por esta razón, y como muestra y ejemplo de las joyas que a veces nos deparan los Archivos, aquí la trasladamos.

       La otra prenda hallada entre papeles (mi agradecimiento a Santiago Macías por facilitármela) me produjo más tristeza, ya lo dije, y de las historias de sus desgraciados protagonistas poco es lo que sabemos: Josefa Fernández Fernández, de 34 años, de Redipollos, cercano a Puebla de Lillo, de profesión “sus labores”, casada con José María Fernández González, contesta, después de ser “convenientemente preguntada”, que se encuentra recluida en la Prisión Militar de San Marcos de León desde hace once meses, cumpliendo la condena de doce años que le ha impuesto el Consejo de Guerra Permanente de la Plaza, cuando envió a su esposo, que se halla en la Prisión de La Bañeza, la tarjeta que se le muestra y que ha sido el motivo de que ahora, el 5 de septiembre de 1938 (III Año Triunfal), la procese además la Auditoría de Guerra de León y su Juzgado Militar Eventual nº 4, cuyo Juez Instructor es el Teniente Coronel de Caballería don Luís Salas Caballero. Y es que la tal tarjeta, que remitió a su marido “con el fin de demostrarle que le recordaba”, no era una tarjeta cualquiera; era artesanal; era, como correspondía en lo posible a semejante situación, única y personalizada.

       Se trata de un bordado de pequeño tamaño (cabe en un sobre normal, de los disponibles para las cartas que después visa la Censura Militar), enmarcado por puntadas amarillas, hecho con el primor y el cariño de lo sencillo, venciendo quién sabe cuántas dificultades y miserias, y destinado a que su marido la cuelgue en la pared del lóbrego y colmado calabozo en el que habita. Trata de ser alegre, a pesar de las tristes circunstancias, e incluye el texto “Recuerdo de tu esposa Josefa. 1938”, al que flanquean sendas flores… Y una de ellas, la de la izquierda además y por más señas, le dio pocas alegrías a Josefa, y menos aún creemos que le diera a su marido, a cuyas manos nunca llegaría la tarjeta, pues fue unida como prueba al Procedimiento en el que ahora la encontramos.

Porque tal flor no fue del agrado del censor, que debía por lo visto padecer de una especie de aversión a ciertos colores (tal vez había sido de quienes en los pasados años entonaran aquella cancioncilla que decía “Me está jodiendo el morao / que está junto al amarillo / debajo del colorao”…), y así, por más que Josefa se empleó en manifestar al señor Juez “que jamás estuvo en su pensamiento dibujar (en la flor) una bandera de la República, y que por verdadera casualidad dibujó con esos colores tal flor”, y en manifestar solemnemente ”no tener constancia de representar (en la flor) bandera alguna, ni republicana ni de ninguna otra clase”, el Instructor no lo ve claro (o más bien lo ve diáfano), y traslada el asunto “a la superioridad”, convencido, le dice, de que “una de las flores de la tarjeta parece representar los colores de la Bandera Republicana (sic)”, y los describe como “morado color Obispo (…los báculos y las espadas, tan juntos siempre y tan compenetrados…); unos hilos color verde; y amarillo y encarnado” (y es posible que no utilice el término “rojo” en lugar de “encarnado” por su temor a ser también él mismo encausado por “la superioridad” si así lo hace…).

       Desconocemos, por no tener más datos por ahora, lo que “la superioridad”, el Asesor Jurídico de la Auditoría de Guerra, vino a decidir en este asunto, pero creemos no equivocarnos al augurar que no debieron derivarse del mismo consecuencias nada gratas para Josefa y José María, los tristes protagonistas de esta historia de amor desgarrado que hoy rescatamos, que trata de sobrevivir a pesar de las derrotas y los castigos, una historia dificultada por la separación y la distancia impuestas a ellos y a tantos otros por quienes por tanto tiempo hicieron de la imposición, la intransigencia, y el atropello, su bandera.

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[1] Ángel González González fue “paseado” en Maire de Castroponce el 23-09-1936. Isaac Nistal Blanco corrió  la misma suerte en Izagre el 10-10-1936.

[2] Actual Plaza de las Tierras Bañezanas.

[3] Julio Fernández Martínez fue uno más de los 11 bañezanos “paseados” en Izagre el 10-10-1936. Modesto Martínez pudiera ser hermano de Patricio Martínez Castillo, otro de los asesinados en Izagre, y de Agapito, fusilado en León con otros 16 bañezanos el 18-02-1937.

[4] Creemos que pueda tratarse de José Hermenegildo Santos Pernía, desaparecido en el Frente asturiano.

[5] Ejerció la Alcaldía desde el 05-10-1932 hasta el 15-10-1934. También fue Alcalde desde el 21-02-1936 al 26-02-1936.

[6] Alcalde interino desde el 21-09-1931 al 28-09-1931. Alcalde desde el 26-02-1936 hasta el 20-05-1936, en que dimitió de su cargo.

[7] Siendo Teniente de Alcalde, ejerció de Alcalde accidental en varias ocasiones y periodos (30-09-1932 a 05-10-1932, y otros). Primer Teniente de Alcalde desde abril de 1936, y de nuevo Alcalde accidental, por dimisión de su titular, desde el 20-05-1936 hasta el 21-07-1936. Entre los días 19 y 21 fue sustituido en la Alcaldía en dos ocasiones, por enfermedad, por Isaac Nistal Blanco como Concejal de mayor edad de los que formaban la Corporación bañezana.

[8] CELADA PERANDONES, Pablo. “La infraestructura de Escuelas en la provincia de León. (1800-1950)”. Tierras de León. Nº 114. 2002.

[9] Actas municipales de la Sesión Ordinaria de 03-05-1936. Domitilo fue uno de los 16 asesinados de Jiménez de Jamuz en el otoño de 1936, sin que de 14 de ellos sepamos todavía donde fueron muertos ni en qué lugar acabaron sus restos.


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