o---:::---o--[    Actualizado:08-11-2007   ]--o---:::---o  

Alma de Bandoneón                                                    

     

==  José Cabañas González  =======================================  julio de 2007  ===================

Ángel, mi primo, ha restaurado, con tanto cariño como esmero, el viejo bandoneón[*] de Domitilo González Lobato, nuestro abuelo.

---------------------------------------------------------

Es primavera. Lo siento en el aire preñado de trinos y de aroma de hierba y flores, henchido de efluvios de brezo, de jara, y de tomillo. También me suena a primavera, una vez más después de tantas estaciones, el crocoteo de las cigüeñas en el viejo campanario, y me acerca de nuevo su fragancia el polen de las centenarias Paleras que ondula asaeteado por el raudo volar de golondrinas. Lo que no alcanzo es la algarabía de las ranas, y pienso si habrán deshabitado el río o las han desahuciado de las charcas en las que antaño chapoteaban… Un siglo da mucho de sí, y yo soy ya casi tan longevo como esos añosos olmos cuyo níveo y mínimo algodón viene a posarse a veces en los labrados orificios por los que respiro. Y soy, como ellos, de madera. De bordada madera, de armonía, de ritmo, de sentimiento, de nostalgia y de tiempo estoy formado. El éter es mi esencia; metal y tela mi esqueleto; de nácar y latón son mis pulmones, y es música mi aliento.

Manos cuidadosas me acarician, cálidas, sensibles, emocionadas, mientras retiran a veces una lágrima. También me agasajan las miradas, y los susurros, y todo colma ahora como un bálsamo el armazón de mi diminuta anatomía. Siento en mi añejo corazón de resortes y lengüetas los latidos y los pulsos de estas manos, y los sé y los percibo conocidos, y reconozco en ellas la misma sangre que antaño, hace ya tanto tiempo, me dio vida… Pero mentar la sangre me entristece, me aflige todavía, y hace que, cual savia retenida, rezume amargos recuerdos de dolor y miedo.

Prefiero rememorar ahora el exquisito mimo con que otras manos, ramas también de aquel árbol derribado, me recomponían no hace tanto; el cuidado minucioso con que ajustaban mis algo ya desencajados huesos y sanaban mis entrañas carcomidas; el desvelo y el delicado tino con que despertaban mis entumecidos mecanismos… Tantas atenciones me han rejuvenecido, me han insuflado nuevos bríos y aires renovados. He escuchado otra vez mi propia música, el vaivén de mi respiración acompasada, los sones tanto tiempo aletargados…, y me he sentido satisfecho, a pesar de todo, satisfecho… Y eso que no acabé tan desvencijado… En lo esencial aguante el tipo; a mi raíz argentina se lo achaco y a que la dura vida me hizo fuerte se lo debo…, y a la veneración, y al cariñoso trato profesados por quienes, al mirarme, en mi veían el ser y la sombra de mi dueño.

Porque yo, hora va siendo de que me presente, soy el acordeón de Domitilo… Me llaman también a veces concertina, pero a mí, que me agrada ser preciso, mejor me suena que me digan bandoneón. Bandoneón acromático, diatónico o bisonoro, de 54 tonos, si se me permite el modesto orgullo y el matiz; eso es lo que soy y así son mis apellidos, y me honro mucho de haber nacido gaucho y concebido para el tango, aunque terminara, y aún más me honro, amasando compases y solfas que vinieron tantas veces a dar en jotas leonesas… Pero tal vez no sepáis quien era Domitilo y como fui a sus manos, así que haré memoria, exprimiré el aluvión de lo vivido, y os contaré el caso:     

El hijo de Juan y de Manuela, nacido en 1892 y como ellos de este pueblo de Jiménez,  apenas creció un poco y cumplió los 15 años se embarcó en un vapor para Argentina en dilatada y azarosa travesía desde Vigo que por aquellos años tantos de sus paisanos emprendían. Con “el ti Moca” se fue, haciéndose pasar por hijo suyo. Era 1907 y aquí dejó Domitilo a sus hermanos Aurea y Francisco con sus padres, y ya en la nueva tierra disfrutó primero la acogida en cuarentena del Hotel de Inmigrantes, en el puerto, para venir a padecer después los Conventillos que la ciudad de Buenos Aires destinaba a los llegados del otro lado del atlántico. En Argentina se quedó por cuatro años, ocupándose en labores diferentes mientras iba despacito acumulando un capital modesto, y fue entonces cuando quien acabaría poseyéndome se prendó de las lánguidas melodías de los tangos que impregnaban la gran urbe bonaerense y de los sencillos y sufridos pero eficaces instrumentos que les dábamos sustancia; ya se sabe, y mal está que yo lo diga: “un acordeón vale una orquesta”... Y tanto fue su agrado que decidió mercarse uno, y de este modo di en ser suyo, yo, todo un bandoneón de 54 tonos, ya lo dije, y de 27 teclas, nada menos. De entonces para acá, ¡tanta compañía y cuánto caminado!..; y cuántos ratos juntos, muchos buenos, y otros que no lo fueron tanto…  

A la altura de 1911 hubo de volverse el atrevido mozo, pues habría de dedicar los tres siguientes años a servir, en Ferrol, al rey Alfonso XIII. Se vino, con sus ahorros y yo con él en mi acolchado estuche, y ya de nuevo aquí, se enamoró de una muchacha jiminiega tímida y dulce, cinco años más joven y que hasta por el nombre parecía estarle destinada, pues se llamaba Domitila, tenía tres hermanos, Juan, Ángela, y Josefa, y le correspondía contra la oposición incluso de sus padres, María y Ceferino, que era, a la sazón y desde hacía años, el Alcalde. Alguna serenata clandestina, algunos arrebatos musicales amorosos a las escondidas, y hasta algún que otro tango mezclado con melodías de la tierra compartimos de las manos de Domitilo en aquellos años de amor y de milicia…, y también festejábamos lo nuestro con el mocerío del pueblo en no pocas jaranas y jolgorios. 

Acabó el Servicio de la patria Domitilo el mismo año en que empezaba la Gran Guerra, y como el impedimento de Ceferino no quebraba, dispuso el retorno al país andino y a sus pampas para aumentar la dote que ofrecer a la enamorada que aquí quedó esperándolo. Y yo volví con él, y continuamos compañeros…; y de su mano aprendí, allí otra vez, que nada conviene tan acertadamente con el bandoneón y con el tango como la nostalgia de su terruño y la añoranza del amor de un emigrado en Argentina.

En 1917 Domitilo y Domitila se casaron; 20 años tenía ella, él 25. Con el fruto del afanoso esfuerzo logrado en la distancia había comprado una heredad; disponía además de tierras propias; conocía, como tantos del lugar, “el oficio” de alfarero (lo era, y de los buenos), y había obtenido poco antes emplearse de cartero (…movía aún influencias su suegro, Ceferino). Todo, por fin, les sonreía, y además, empezaron a llegar pronto los hijos: Manuel el primero, y luego Amalia, y Aurea después, y más tarde Rafaela, y Bernardo, y Elidía, y Emilia, y Domitila la última, en 1931, casi al tiempo en que también naciera la República.  

Yo era testigo fiel de la felicidad de Domitilo y su familia, y participaba en ella y la esparcía, y cooperaba con la alegría de mis notas a agrandarla. Se trabajaba mucho y duro, y aún quedaba después tiempo para entonar unos cánticos o para armar unas jotas, y entonces se entreveraban con las cadencias que mi dueño me arrancaba los restallidos de la pandereta y el repicar de castañuelas que con tanta galanura manejaban aquellas salerosas mocitas, Águeda y Valentina “las Turienzas”[1], o los aguzados  sones de la dulzaina y el recio redoblar del tamboril que ya empezaba a tantear Pepe “el Carpantín”, el mozalbete que, a jornal, venía a labrar en ocasiones[2]. Concluía a veces en música o en baile la tertulia en el obrador del artesano entre cacharros recientes oreando en el chispero, o en la portalina, rematado el hornar, candente y oloroso aún el horno de urces y de jaras abrasadas.

… La casa estaba siempre concurrida: dos ruedas había; en una torneaba la tarea de arcilla, a jornal, otro alfarero, y algunos más desde las suyas, por encargo, completaban las dos hornadas que casi todas las semanas se cocían; y había jornaleras, y el bullicio de la chiquillería, la propia y alguna ajena que casi con la familia se criaba; y una muchacha, a veces, para ayudar al cuidado de los hijos; y los notables y pudientes que en merecida y alta estima tenían a mi dueño y con frecuencia recalaban por sus lares… Y toda aquella dicha me llegaba a lomos del aire, resuello amable y musical, hasta la adornada caja en que me guardaban presidiendo la alacena.    

Bien se valía Domitilo. Más que bien: labraba las fincas, a veces él y otras algún mozo a jornal, como ya dije; le ponían en casa la leña de cocer los carreteros de Torneros y Tabuyo; mandaba en tren los cacharros, una “carga” tras otra, para El Bierzo, y hasta de allí, desde Folgoso, venía a veces un tratante a recogérselos con carro de bueyes e interminables días de camino; vendía aquí el carbón que el de Folgoso le surtía, y patatas, castañas y otros productos además que canjeaba en El Bierzo por las vasijas defectuosas, en  un curioso y llamativo trueque al que llamaban “cheno por cheno”. No faltaba de nada en el hogar de Domitilo, ni las preciadas naranjas en su época, ni la rosca de Reyes para la numerosa prole..; hasta cocina económica tenían, un artefacto llamativo y provechoso, marca “La Bilbaina”, la primera que aquí se vio.., y de las grandes, que muchos eran a la mesa… Y de repente, la desgracia; la primera desgracia.   

Fue en 1934. A los 37 años falleció Domitila, de repente, y desapareció de súbito la placidez de la familia y de la casa. Y yo pasé de la alacena, dispuesto y siempre a mano, a la trastienda, escondido, desterrado, donde no delatara mi presencia la alegría a la que había contribuido tantas veces y que ya no era posible… Y me avergonzaba y me dolía tanta anterior ventura estando ahora tan triste..; y en forma de tango y por el éter me llegó, ya en 1935, el lamento de Discepolo, el Maestro, que hice mío, y que me susurraba: … Fue tu voz, / bandoneón /  la que me confió / el dolor / del fracaso / que hay en tu gemir; / voz que es fondo / de la vida oscura / y sin perdón, / del que soñó volar / y arrastra su ilusión / llorándola... Y por él supe que habita el bandoneón una querencia y un apego, tal vez de nacimiento, por la melancolía…       

Nos fuimos todos sobreponiendo poco a poco. Eran muchos los hijos, sin el calor ahora de la madre tan temprano ausentada, los más aún sin criar y muy pequeños; había que sacarlos adelante y no tenía tiempo Domitilo para el desánimo ni para la renuncia. Él ya había conocido en su estancia porteña el hálito y las formas de una sociedad más avanzada; por eso creyó ahora posible la utopía de abandonar, con la República, el atraso, y se dispuso, además, a colaborar en ello con ahínco: se afilió a Izquierda Republicana, como en tantos lugares tantos otros menestrales, cuando Don Manuel Azaña la fundó en 1934, y ahora, en abril del 36, con ilusión aceptó el cargo y el compromiso de Gestor en la Comisión Municipal… No arreglaremos desde aquí el mundo, le refrenaba su entusiasmo Francisco, compañero en la Corporación y de Partido, unos años mayor, y como él antiguo emigrante en Argentina; seguramente, no; pero lo mejoraremos un poquito, le replicaba Domitilo.

El aire, este aire que me nutre y que ya tan bien conozco e interpreto, en el que adivino los preludios de la tormenta de Carpurias, los abrasadores sofocos del agosto, o los gélidos cierzos del Teleno, me acercaba hasta el desván los ajetreos de las sesiones semanales de munícipes en las que, además del gobierno de la hacienda y de la casa, mi propietario se ocupaba…, y la inquietud creciente y la zozobra por un futuro que poco a poco se torcía y se enredaba. Y un día, de pronto, mudó el aire y se tornó aguerrido, y exaltado, y brutal…, y comenzó a llegarme tembloroso, y en él entrelazados quedos acentos lastimeros y angustiados murmullos. Y en el viento reseco del verano cabalgaron hasta mi nacarada celosía ecos de disparos, retumbar de fusiles en la madrugada, y lloros apagados.

Aquel aire fétido de miedo me dio a saber de las noches en vela de Domitilo en los Barreros con otros hombretones, marcados ya por la tragedia sus destinos zancadilleados por  el odio, avizorando el temido coche negro, el rumbo de la fúnebre camioneta de los cuadrilleros de la parca… ¡El aire..., mi sustento..., siempre el aire,…! En él se mezcla ahora la tolvanera de las escasas parvas que aún se alzan en las eras con el dulzón aroma de las uvas que ya maduran en las viñas, y se derrama en la clausura de mi zaguán en tromba, en borbotones, sembrado de nuevo de desgracia, la segunda, la que no era inevitable, y voces broncas: ¡¡A callarse!!,…. A declarar; solo van a declarar a La Bañeza…. ¡Ligeros!.... ¡¡No llorar, sino queréis que os llevemos como a ellos!!.... Y advierto desde aquí el desconsolado llanto de los hijos, y el trazo suspendido del vencejo horadando el crepúsculo, y el paréntesis del manantial de la fuente Media Villa, y la acrónica sirena chirriante y vergonzosa de las avispas, y el ocultarse presuroso y húmedo de las salamanquesas que no quieren tampoco ser testigos de la infamia; y oigo el …a este hombre, mejor lo dejábamos, ¡con tantos críos! …, y el ¡¡Venga, venga; p’alante, como todos!! que otro sayón responde… Y escucho el roce de las sogas que lo maniatan y agavillan, y el ronco, exhausto traqueteo de la maldita camioneta que vino al fin y que se aleja con su copiosa cosecha de hombres buenos.., que enfila la leve estribación de la Festilla.., que se para,… Tres disparos. Miedo y odio, incertidumbre, desesperanza y juramentos, más distantes cada vez…, y después el silencio; el pesado silencio,… Y la descarga. Me vierte el aire al granero la descarga, pero no sé desde dónde…

En el zaguán, ausencia; y en la casa… Dolor y miedo; y abandono de muchos, y desamparo, y miedo. Silencio y miedo; y llanto, y burla, y pena, y rabia; y miedo. Tanto miedo; tanto tiempo miedo; tanto tiempo silencio y miedo. Miedo y silencio…

Un día me recogieron, me rescataron de la reclusión y del sobrado otras manos cuidadosas y cálidas como las de Domitilo, también con pulso y tacto de alfarero: las manos de Bernardo, el más pequeño de sus hijos. Con él partí en el oscuro cofre acolchado y grato, confinado, doliente, y casi mudo… Y el tiempo fue pasando, y transcurrió la vida, y la muerte a veces, y para todos quienes habían amado a Domitilo seguí siendo su acordeón, el bandoneón de Domitilo, y en mí a él lo veían y seguían oyendo en mi música aquella que él me hacía… Y sorteé bastante bien el calendario, ya presumí antes de ello: pereció tan solo entre sus hojas mi caja de madera, de modo que no tengo resguardo ni cobijo…, lo mismo que no dieron a mi dueño en su postrer viaje.      

Aquí permanecí, en este pueblo, en esta tierra cuyo aire me envuelve tan familiar y propio. Tantos otoños ya, algún que otro quebranto, los estragos del tiempo, la inanición.., y siempre, siempre sobreponiéndome al olvido, siendo memoria de lo que fui y de quién fue mi propietario… Y cómo me alivió de mis dolencias, y cuánto serenó mi fatigada y vieja alma de bandoneón el eco acarreado, hace tan solo cuatro años, reivindicando su recuerdo y el de quienes como él y con él fueron talados: ligero y joven sentí y apuré el viento que ahíto
de verdad y de respeto acunaba, erguido, su bandera…, y el éter me brindó un olor nuevo: el del tenaz olivo que desde entonces los nombra y clama  al mundo que existieron.

Después, ya os lo he dicho, vinieron otras manos, hechas al cuidado y al tacto de la tierra y hábiles en mimos vegetales, que me remozaron haciéndome sentir otra vez como un chiquillo, como un bandoneón recién armado, dispuesto a sonar gustoso una vez más, entusiasmado, guiado ahora por quienes son prolongación de Domitilo… Y en ello sigo: respirando y sustentándome de música, edificando aún en el aire la magia del ritmo y melodía; prodigando solícito las notas requeridas, sintiéndome querido por lo que soy y represento; agradecido, y mucho, por cómo me han tratado…; y sobre todo, por encima de todo, honrado y orgulloso, muy orgulloso, de persistir vivo y eficaz, de que me sigan arrullando corazones y de continuar siendo mecido por manos en las que siguen habitando la sangre y los latidos de quien fue y será siempre mi dueño.        

=============================================

[*] Después de elaborado y publicado en la Revista JAMUZ este artículo se me reprodujeron las dudas sobre  qué clase de instrumento es este que fue un día de mi abuelo: bandoneón (como yo creía), o acordeón (como me aseguraba recientemente otro de mis primos). Mostré las fotografías que aparecen abajo, y algunas otras, a Bieito Blanco, director de la Escuela de Música del mismo nombre en Ourense y experto en instrumentos musicales, el cual me dio la siguiente respuesta:  "Puedo afirmarte que es un acordeón diatonico.. que se utiliza mucho por los países celtas.. como Irlanda o el norte de Francia... Es un modelo muy rudimentario y debe ser antiguo... pero la disposición de los bajos es propia de este acordeón".

[1]  También las apodadas "Bochas", Martina y María. Esta última sería muchos años más tarde, cuando era ya una anciana, objeto de trastadas y travesuras de los chavales compañeros de mi infancia: tirábamos alguna que otra piedra a la puerta de su casa, lo que provocaba, lógicamente, su  enfado y sus más que justificados denuestos, y que nos azuzara (nos "embiscara", en el lenguaje del lugar) el perro "Perejil", que era su compañía,  y uno de los iconos de nuestros recuerdos de aquella lejana infancia.

[2]  El menor de sus hijos, Pepe (el primero por la derecha en la fotografía), ha seguido los pasos musicales de su padre, y es hoy, como lo fue él entonces, un experto y consumado dulzainero que forma parte del grupo que desde hace algunos años y desde nuestro pueblo vienen estudiando y recuperando nuestro folclore.

=============================================

Más sobre el Bandoneón:      http://www.todotango.com/spanish/biblioteca/cronicas/el_bandoneon.asp                                

   Ourense, julio de 2007.


EL BANDONEÓN (Detalles)


Volver a Principal

Subir